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Fármacos progresistas

Publicado: 2 marzo, 2019 en Sin categoría

Cuando un usuario de la Seguridad Social (todos salvo pequeños grupos aún marginales en España lo son) tiene la suerte de ser medicado con antidepresivos bien puede proclamar que está de suerte pese a su grave enfermedad mental, catalogada como psiquiátrica o psicológica según las distintas definiciones colegiadas existentes para estos casos comunes.
La afirmación, recogida en uno de los diarios de mayor tirada en latinoamérica, se basa en una conclusión extraída de uno de los Congresos médicos y científicos de mayor renombre en su especialidad. Congresos en los que se establecen cátedras que, a las siguientes generaciones de científicos, cuesta horrores quitarse de encima posteriormente una vez constatan mediante la acumulación de pruebas contrarias.
El Congreso en cuestión, al que han asistido mas de quinientos profesionales de psiquiatría y psicología del mundo entero, ha tenido lugar recientemente en una pequeña población de Guadalajara, (Colombia).
La suerte de estas personas enfermas mentales (depresivas fundamentalmente), estriba en que una vez medicadas de forma continua y cuando el medicamento o medicamentos (no diremos los nombres) ya fluye por su torrente sanguíneo de forma regular, quedan automáticamente incapacitadas para atisbar su propio comportamiento personal y social pues el efecto que les produce les afirma en una especie de gigantismo y autosuficiencia intelectual y anímico irreductible próximo al idiotismo biológico.
Todo medicamento que influya en la alteración de los neurotransmisores cerebrales, sabido es, ha de ser administrado con precaución y paulatinamente hasta conseguir el efecto deseado. En este sentido los medicamentos actuales, analizados en el Congreso mencionado, han conseguido por completo su propósito, de tal modo que en pocas o en ninguna ocasión se le retira a la persona afectada a fin de no devolverla a su incapacitado y lastimoso estado inicial, siempre mucho peor que el conseguido con los fármacos administrados por más asintomático y estólido que sea el comportamiento del paciente.

¡Señor conde!,- dijo Patronio-, había una mujer que se llamaba Truhana, que era más pobre que rica, la cual, yendo un día al mercado, llevaba una olla de miel en la cabeza. Mientras iba por el camino, empezó a pensar que vendería la miel y que, con lo que le diesen, compraría una partida de huevos, de los cuales nacerían gallinas y que luego, con el dinero que le diesen por las gallinas, compraría ovejas, y así fue comprando y vendiendo, siempre con ganancias, hasta que se vio más rica que ninguna de sus vecinas.

Luego pensó que, siendo tan rica, podría casar bien a sus hijos e hijas y que iría acompañada por la calle de yernos y nueras y, pensó también que todos comentarían su buena suerte pues había llegado a tener tantos bienes aunque había nacido pobre.

Así, pensando en esto, comenzó a reír con mucha alegría por su buena suerte y, riendo, riendo, se dio una palmada en la frente, la olla cayó al suelo y se rompió en mil pedazos. Doña Truhana, cuando vio la olla rota y la miel esparcida por el suelo, empezó a llorar y a lamentarse muy amargamente porque había perdido todas las riquezas que esperaba obtener de la olla si no se hubiera roto.

Así, porque puso toda su confianza en fantasías, no pudo hacer nada de lo que esperaba y deseaba tanto.

Ya, a la entrada del pueblo, los automóviles mal aparcados se apiñan en las esquinas y recovecos; las cenizas envuelven el aire como diminutas centellas en medio de la noche. A la vuelta de cada recodo crepita una hoguera y las bolliscas se pasean en volandas llevadas por el viento hasta desvanecerse sobre la cabeza de las paseantes, entre las calles. Allá en la plaza resuena el murmullo de la gente y cuando uno empieza a preguntarse por el motivo de este festivo decorado de lumbres a la puerta de cada casa, en plazas y angostas anchuras de la otrora medina, de la arruinada judería, no ve cartel alguno o proclama que desvele su nombre o motivo pero ya lo sabemos; está en la memoria de las tradiciones, es San Antón y por eso hemos venido a pasearnos esta noche por este enjambre de callejuelas y cuestas que el paso de los siglos no ha cambiado.

En la plaza, dos gigantescas hogueras levantan al cielo el fuego abrasador de antiguas brujerías e ilumina el contorno creando un juego de escondidas luces y sombras tintineantes en la fachada manierista de la iglesia arciprestal. Las llamas encienden de luz el camino hacia la vieja judería y, enredada en el tumulto, junto a la fuente, una frágil caseta, en equilibrio tan sólo, por unos cuantos listones entreverados cubiertos de plásticos blancos y chinchetas, ofrece el mejor chocolate hecho y buñuelos calientes que sacia las primeras hambres de estas horas de la noche invernal.

Pronto nos adentramos caminando a la vieja judería por una callejuela estrecha de bajada pronunciada con un petril de adobe de media altura en la parte izquierda tras el que se abre una gran hondonada salpicada de casas enjalbegadas de blanco y colocadas unas al lado de otras como si se negaran a permanecer aisladas. Hay casas que cuelgan milagrosamente de auténticos precipicios, callejas en curva con torpes escaleras trabajadas a cincel sobre el piso. Nos orientamos como quien huye de un peligro, tomando la primera esquina, la dirección que nos sale al paso.

A nuestra derecha hay un tejado a nuestra izquierda un barranco. Más allá vemos la cúpula de la iglesia pero según avanzamos hacia ella surgen ante nosotros nuevas callejuelas que confunden nuestro sentido de la orientación. Por todas partes nos asaltan repentinos cambios de dirección y en todas direcciones nos sorprenden nuevas hogueras, nuevas aglomeraciones humanas apretujadas en calles estrechas y zigzagueantes de dos o tres metros de ancho hasta que, por fin, ya cansados, nos apostamos en una calle aparentemente inocua que parece ofrecernos resguardo ante lo que se avecina. Una calleja a la que parece no haber llegado todavía la gente, por todas partes ya presurosa. Intentamos huir del humo que inunda el pueblo entero. Nuestros ojos lloran, están llenos de ceniza pulverizada. Nos acurrucamos en el hueco de una puerta cuya casa parece abandonada. Alguien nos avisa: “no se queden ahí porque pueden coger pulgas”; nos alejamos unos metros y miramos la pobre fachada con recelo. La muchedumbre se va aglomerando, la hora del “empujón” se va echando encima. Las calles hierven de jóvenes achispados, de gentes que deambulan con la mirada un tanto borrosa pero también alegre.

De repente todos se preparan para “El empujón”. ¡Qué es el empujón!. Suenan voces roncas a coro en los dos montones de gente que se han formado casi sin darnos cuenta a un lado y a otro de donde esperábamos este momento: “maricones”, “maricones, “maricones” Sea lo que sea hay que prepararse. “maricones”, “maricones, “maricones”. Algunos propenden insultos más recios: “comemierda, comemierda, comemierda”.

Leila espera este momento con ilusión y se lanza valiente a la caldera humana que al instante la engulle como a un garbanzo. Malak no sabe qué hacer y para averiguarlo también se deja atrapar docilmente por la masa de fornidos jóvenes que, encajados entre las paredes de la callejuela empujan en uno y otro sentido hasta que quedan desbordados por un lado u otro. Las muchachas miran con deseo contenido “el empujón” pero no se atreven a intervenir presas del pudor, Tampoco María; ella ve alarmada a cierta distancia, este acontecimiento de apariencia grotesca que algún día, hace décadas comenzó a ser el santo y seña de este pueblo de la comarca de Los Serranos.

“El “empujón”, más bien, “el apretujón” ha durado unos cinco minutos. Ambos salen indemnes del primer embate. Prosigue la marcha por las callejuelas de la judería. De tanto en tanto, el primer grupo de mozos se detiene y prorrumpe en nuevos insultos desprovistos de veneno contra el grupo que les sigue; “maricones”, “maricones, “maricones”, “comemierdas”, “comemierdas “comemierdas”. Y ambos vuelven a fundirse en una masa de cuerpos aplastados con la fuerza de auténticos camiones buldócer. Unos empujan en una dirección. Los otros en la dirección contraria. Las paredes de las callejuelas los embute inexorablemente sin escapatoria posible y ambas fuerzas exprimen cada miembro, cada parte del cuerpo casi hasta extenuación, tal como la presa saca el mosto de las uvas en la vendimia.

Resultan algo escandalosos estos individuos corpulentos cuya tez tiene esta noche un tinte brillante, pero sonríen y disfrutan mientras insultan y empujan con la fuerza de un tren, están contentos y a modo de joviales sátiros van cubiertos de abigarrados abrigos o en camiseta de manga corta, como si estas callejuelas fueran todo el abrigo que necesitan en esta noche de fuego y frío. Pero encajan perfectamente en el bullicioso decorado nocturno.

Si hemos de ser sinceros ¿no es de agradecer que siga existiendo este tipo de fiestas hechas a la medida del hombre? Inocentes, exuberantes, sin pretensiones, en este nuestro mundo que, aparte de artificioso y hosco se ha vuelto también estrepitoso y vocinglero.

No pretendemos comparar ésta con otras fiestas más populares, masivas y modernas, pero tampoco alzar la ceja con desdén cuando todo un pueblo tiene el valor de disfrutar alegremente y sin prejuicios de las pequeñas cosas de la vida y gracias al cariño sincero y a la pasión tenaz con que lo hace, logra dotar además de un sentido especial a lo que no es tan importante.

Esta falta de preocupación esta alegría jovial que sienten algunos pueblos por las menudencias es un rasgo típico de los españoles desconocido por completo en otros países de Europa, incluso en nuestras grandes ciudades que han ido perdiendo su carácter ante la modernidad para convertirse en clones de otras ciudades con las costumbres y los hábitos de cualquier gran urbe. De ahí que haya que ir a los pueblos para conocer la España de verdad, sólo en este tipo de festejos en los que se derrama el alborozo y la fatuidad está la idiosincrasia de un país.

Por eso hemos sido testigos esta noche de algo que cada vez es más raro de ver: una alegría sana, que no es estruendosa, que surge de lo más íntimo, que se apodera de lo insignificante, que disfruta de las cosas humildes y sencillas, de lo que hay que ir creando día a día, algo muy raro entre nosotros.

Tal vez nos hayamos percatado de estos valores en un brevísimo momento de inspiración, quizá achispados por el vino pálido y áspero de los bares y restaurantes sin pretensiones de este pueblo cuyo nombre nunca diremos, quizá por el humo, el fuego y frío de la noche de San Antón.

 

Urueña «Villa del libro»

Publicado: 7 enero, 2015 en Sin categoría

La muy noble villa de Urueña, de antigua historia bien datada, cuentan las crónicas que un día del invierno del año 1157 y según confirma su existencia la tradición algunos años antes, ya que en tiempos del rey castellano Sancho III «el deseado» 1157.1158 un romance alude a la prisión y muerte que en la fortaleza de dicha villa sufrió el noble conde don Pedro Vélez al haber sido encontrado en una situación comprometida con una prima de dicho monarca. El romance decía lo siguiente:

Alterada esta Castilla
por un caso desastrado,
que el conde Pedro Vélez
en Palacio fue hallado
con una prima carnal
del rey Sancho «el deseado».
Las calzas a la rodilla
y el jubón desabrochado.
La infanta en camisa
echada sobre un estrado
casi medio destocada
con el rostro desmayado.
de modo que el Rey estaba
en suspenso y muy alterado.
Para darle castigo
a la muerte le han condenado.
Los grandes dicen que cese
el juicio acelerado.
El caso pide castigo
No lo permite el Estado
porque era conde en Castilla,
gran señor y emparentado;
de suerte que por el Rey
fue el juicio conmutado
de darle perpetúa cárcel
para lo cual fue llevado
en el castillo de Urueña
adonde fue entregado
a Pedro Peranzules Osorio,
merino mayor llamado.
Y con gran solemnidad
juramento le han tomado,
que no le muestre la persona
sino al Rey o a su mandado.
No le den cosa ninguna
dónde pueda estar echado,
y de cuatro en cuatro meses
le sea un miembro quitado,
hasta que con el dolor
su vivir fuese acabado.

Cuba, cubanos y todos los demás

Publicado: 28 diciembre, 2014 en Sin categoría

Claman por la “libertad” los que no quieren la Cuba de Fidel Castro. La libertad no se come, no se bebe, no se respira, no tiene cuerpo, no ocupa lugar alguno en el espacio. Es un concepto abstracto perfectamente usable hasta por el más abyecto de los justos. Si alguien quiere un poco más de esa «libertad» mi parte la regalo,- dijo aquella mujer.

Eso por un lado,- añadió. Fidel Castro hizo y ganó una revolución. Impuso una nueva sociedad. Él y quienes les siguieron tenían perfecto derecho, del mismo modo que los aliados impusieron su modelo en Europa después de ganar una guerra. Los que se muestran «solidarios» con los que pasan estrecheces en Cuba, no son más que simples cantamañanas. Aquellas personas no daban pábulo a lo que estaban escuchando. Alguien dijo en voz baja. ¡Así es carajo!

O es que Cuba es el único barrio del mundo en el que suceden esas cosas. Los EE.UU. reparten por el globo el mayor número de injusticias que todas las civilizaciones del mundo juntas hayan contemplado. A cuento de qué tanto «bua, bua, bua». No es el gobierno de Cuba el que impide que se coman bocadillos. Es el bloqueo del resto del mundo el que lo impide. ¡Pesaos!.

Y luego se disolvieron. Regresó el silencio y cada uno recuperó lo que siempre pensó.

La revolución de Nicomedes

Publicado: 27 octubre, 2014 en Inverosímil, Sin categoría

Hace treinta y cinco años tuve un novio comunista (LCR) en Londres. Yo le admiraba por la intensidad de su devoción. Y le quería mucho. Nos separamos porque no quiso comprar un colchón nuevo. Ahora, va a venir a España, se va a instalar en Carabanchel, buscará un local y, desde ahí hará la revolución, dice.

Dice que el mes que viene comienza una segunda recesión económica mucho más intensa y destructiva que la primera. Dice, que terminará de una vez por todas con el Estado del Bienestar, con los servicios sociales y con la totalidad de las clases medias. Dice que España quedará reducida a pura miseria, gobierne quien quiera que esté en el gobierno, y se haga lo que se haga. Sólo se salvarán los ricos, que lo serán cada vez más. 

Esta es una oportunidad única para hacer la revolución,- afirma. Y yo seré quien la lidere,-asegura. Sólo necesito a treinta jóvenes revolucionarios conmigo. No me ha dicho dónde tienen que apuntarse. Pero me ha dicho que le gustaría mucho contar con Pablo Iglesias en el partido que piensa montar. A lo mejor los busca él mismo,  los examina y los alecciona él mismo. Uno a uno.

Dice que los pobres de “Podemos” se verán desbordados y terminarán desapareciendo porque, dice, que sus militantes, al igual que todos los militantes del mundo, sólo sirven para aplaudir y hacer bulto cuando no se les exige nada y no hay peligro de nada a la vista; y que los demás partidos intentarán salvar sus intereses haciendo lo que siempre han hecho: buscar nichos cómodos en los que ver pasar la tormenta mientras se llenan la boca con promesas y mentiras.

Mi ex novio ha estado viviendo durante los últimos treinta y cinco años en Inglaterra, pero su madre es gallega y tiene familia y amigos en La Coruña. Dice que adora España. Adora España porque dice que es diferente y que los españoles somos como gitanos, como moros, como bandoleros y todo eso, y que por ser así, precisamente, todavía podemos hacer la revolución. En los demás países no.

Dice que en Inglaterra hacer la revolución o decirle a los trabajadores que se rebelen contra las instituciones es imposible porque adoran a su reina abuela y a todos los que forman parte del gobierno, y que también apoyan muchísimo el sistema social que tienen. Dice que lo adoran todo. Bueno, yo creo que todo no porque España está lleno de ingleses: jubilados y no jubilados, y a todos les encanta el maldito Sol picante que tenemos aquí. Y lo mismo pasa con los alemanes, los franceses, los holandeses, los belgas etc.

Algunos amigos le hemos preguntado por qué no ha venido antes a dirigir la revolución, y nos ha dicho que todavía no era el momento porque mientras las masas tengan un cacho de pan que llevarse a la boca no saldrían a la calle. ¿Y el miedo?. La gente ya no tiene miedo, dice.

Le hemos replicado que la conciencia está para algo y nos replicado que ni las masas ni las clases medias tienen conciencia. Carecen de ella. Que la conciencia de la gente es la barriga. Que la conciencia es una tortilla de patatas que vuela. Dice que cuando la barriga de los trabajadores y de las clases medias esté vacía y no tengan nada para llenarla entonces les entrará la conciencia y entonces él estará ahí para decirles lo que tienen que hacer.

Y entonces hará la revolución, dice.

El amo consternado

Publicado: 28 agosto, 2014 en Sin categoría

El amo consternado

No dejo de salir de mi asombro. Han pasado ya tres días y aún sigo consternado. Evito ir al psicólogo porque no creo que me pueda explicar lo que me ha pasado, y además me tomaría por una de esas personas que ahora se quejan tanto de todo. Y yo soy más bien discreto. La gente cree que pensar es malo y que las cosas que no se comprenden son también malas. pero yo creo que eso no tiene por qué ser así.

Por eso prefiero contarlo aquí, donde nadie lo va a leer ni se va a enterar; pero yo, al menos, lo sacaré de adentro y me desahogaré.

El caso es que hace tres días mantuve una conversación con mi gato. Era miércoles y venía yo del cine. Ya, al acercarme al portal oí una voz muy penetrante y fina que procedía de la terraza de mi casa, en el cuarto piso, y que me llamaba a voces, «Evaristo», «Evaristo». Yo miré para arriba extrañado pero no vi nada, así que seguí mi camino y cuando llegué a mi casa y abrí la puerta, la misma voz que había oído antes dijo:

– No va el aire acondicionado amo. ¿Piensas hacer algo para solucionarlo?.

Era una voz atiplada, como de señorita. Demasiado lastimera y fina para ser de una chica. Y si era una chica tenía que ser muy jovencita y menuda.

En efecto, noté enseguida que el aire acondicionado no funcionaba, pero tras esa constatación, mi cabeza pareció volverse loca porque enseguida me pregunté de quien era esa vocecilla, y miré por todas partes hasta que vi a mi gato acercarse por el pasillo. ¡Era él!. Increíble.

Tengo una gatita IMG_0124muy «guapa» debe decir; con el pelo de cuatro colores: marrón, negro, pardo y blanco; y unos ojos preciosos muy expresivos que parecen hablar.

Todo lo comprendí al instante. Me pareció lógico que se quejara, o mejor dicho, que se hubiera percatado de que el aire no funcionaba. El pobre no puede desembarazarse de la densa mata de pelo que le cubre y tanto en invierno como en verano necesita el aire acondicionado para mantener su cuerpo en la temperatura adecuada.

De momento,- le dije hablando en plural-, vamos a desconectar el diferencial del cuadro durante media hora, luego lo encenderemos y entonces veremos si es el aparato el que se ha roto.

Zacarías,- yo la llamo con nombre masculino y nunca me refiero a él en femenino porque el género de los animales no los define-;  me miró condescendiente desde el suelo. Luego se dirigió a su sillón favorito, lo olisqueó, saltó al piso y se tumbó con la panza en las baldosas. Sus bonitos ojos me miraban con dulzura, casi con lástima. Yo le miraba a él con verdadero cariño sin que se me apagase el asombro.

– Amo, tu necesitas el aire acondicionado para estar fresco y no sudar. Recuerda que padeces una alergia urticante A éste clima húmedo.

Le escuché con la boca abierta. Embobado. Casi enajenado. Esto no podía estar pasando.

– Si, ya lo sé,- le dije, como si contestarle fuese, en mi, algo de lo más corriente.

– No pienses en mí,- dijo él. Por mí no debes preocuparte. Yo no tengo glándulas sudoríparas; y el pelo me protege tanto del frío como del calor.

La ciudad inverosímil

Publicado: 25 agosto, 2014 en Sin categoría

La ciudad inverosímil. Programa de radio pasado ya